Artista: Hernando Tejada
Cuando nos encontramos con la obra de Hernando Tejada, damos con la expresión de una personalidad desmedida y soñadora, una visión tremendamente alegre de un mundo imaginario repleto de seres y lugares fabulosos. A través de sus cientos de piezas, el artista nos permite penetrar en un sitio extraño en el que una frondosa vegetación rebosante de animales puebla la tierra, donde enormes mujeres talladas en madera y profusamente decoradas de barroquismos pirograbados prestan sonrientes sus servicios como teléfono, armario, jaula o atril, mientras juguetones gatos de ojos intensos nos miran con complicidad y misterio.
Críticos como Antonio Montaña y Marta Traba aseguraban ver en su trabajo un mundo más alegre e inocente que el que entendemos como cierto, y aunque es verdad que hay mucho de una personalidad infantil y traviesa en los escenarios representados en sus piezas, no. Su obra se configura en relación directa con la realidad, su creatividad lograba que esas alocadas invenciones interactuaran con su vida cotidiana y hablaran, desde su aparente “chifladura”, del mundo en el que el artista estaba inmerso. Así, su arte lograba penetrar y a reformar su entorno. Su obra no solamente es chiste y ensoñación, mucho más que eso, representa una empresa tenaz de unir arte y vida llevada a unos alcances inéditos en el panorama artístico colombiano.
Tejadita
Su ambición de habitar la realidad de una manera artística no se limitó a la elaboración de objetos como dibujos y esculturas; su personalidad histriónica lo hizo famoso dentro de la comunidad caleña y la de artistas colombianos. Sus elaboradas bromas, fruto de su particular sentido del humor, bombardeaban con irreverencia el día a día de sus allegados y parecían merecer la misma entrega y esfuerzo por parte del artista que su misma obra: bebiéndose el agua de los floreros y andando a gatas debajo de los tapetes en las numerosas fiestas que organizaba, luciendo por la calle alguna de sus pelucas multicolores un día cualquiera, o llamando telefónicamente a las siete de la mañana a sus amigos para desearles un feliz cumpleaños con corneta y matraca en mano.
Es necesario recalcar que lo juguetón de su personalidad no es un aspecto menor o apenas anecdótico a la hora de hablar de su trabajo. Por el contrario, demuestra que su hacer manual era llamativo y gracioso como extensión de una actitud humorística que poblaba su vida por completo: una entrega a la ocurrencia y al juego que buscaban hacer de lo cotidiano un marco de su especial agudeza.
Sobre la identidad festiva de su obra, es también notorio que su apodo “Tejadita”, como era conocido afectuosamente por su famosa y corta estatura, reflejara su actitud cálida y risueña. Cuando aún hoy un solemne título de “maestro” o “maestra” es comúnmente usado para referirse a los artistas que gozan de cierto respeto o relevancia para la historia del arte local, el diminutivo de Tejada no es un apelativo que riña con su reconocimiento como uno de los protagonistas de la historia artística Colombiana. Al contrario, el seudónimo tiene relación directa con la particular gracia y atrevimiento con los que enfrentaba la vida, trae a la mente su chispa y particular soltura que hacen tan característica su obra. El diminutivo en este caso es sinónimo de grandeza.
No solo se trata de reconocer una suerte de jovialidad en su obra y en su vida, hay que entender cómo éste ímpetu humorístico significaba una postura revolucionaria frente a las tendencias plásticas más celebradas de su época. En Colombia, a finales de los años 60, la escena artística parecía dividirse entre la abstracción geométrica sobria y de corte más bien racional (Carlos Rojas, Édgar Negret, Fanny Sanín, Omar Rayo) y la pintura y el dibujo cercanos a la denuncia de la inequidad social (Clemencia Lucena, Alfonso Quijano, Luis Ángel Rengifo). Mientras la abstracción geométrica evocaba un conocimiento de las más recientes tendencias artísticas del primer mundo, el arte de denuncia social demostraba una preocupación por los hechos políticos del momento y creía en la posibilidad de la transformación de la sociedad a través de la estética.
En este contexto la obra de Tejada sobresalía por su estilo fuera de lo común, manifiesto en las alusiones al recargado barroquismo de la decoración popular[i], el humor pícaro, y en su decisión de trabajar una técnica como la talla en madera, la cual podría ser entendida como de uso primordialmente artesanal. Sin embargo, aunque sus creaciones se encontraban impregnadas de un estilo sui generis respecto al trabajo de muchos de sus contemporáneos, sus intereses guardaban paralelismos importantes con las inquietudes de otros autores.
Tal vez Tejada se dio cuenta de las posibilidades artísticas en objetos utilitarios o manipulables mientras tallaba los títeres para el teatro Cocoliche en 1964. El títere, aquel objeto que cobra vida gracias al movimiento de la mano, no se encuentra muy lejos de sus enormes y voluptuosas mujeres-mueble. Obras que guardan una semblanza con los autómatas que los más hábiles relojeros construían en el siglo XVIII para el deleite de las cortes europeas y asiáticas. Con estas esculturas, Tejada rompe la barrera del arte únicamente contemplativo y exige que el cuerpo del espectador interactúe con el cuerpo de la obra para que ésta sea completa: propone que uno se siente al lado de Estefanía a girar el disco de su seno con el dedo y le hable muy cerca a la boca, espera que nos sentemos en el regazo de Sacramento, que apoyemos libros o partituras en los generosos pechos de Abigail. Estas esculturas van más allá del objeto estático de madera que las compone, pues incluyen la interacción con el espectador como parte primordial de su naturaleza.
Por otra parte, así como las mujeres-mueble hacen que el espectador se integre a la obra de arte, Tejada también invierte la ecuación y hace que la obra se integre a la vida de las personas. Sus numerosas tallas de objetos como espejos, camas, armarios, puertas y hasta instrumentos de dentistería son un reto para las clasificaciones artísticas convencionales. Para la opinión de algunos, estos objetos pusieron en entredicho el estatus artístico del resto de su trabajo y lo equipararon con un artesano. Y es verdad que era imposible trazar una clara línea divisoria entre el arte y la artesanía en su trabajo, pues su obra escultórica y de dibujo tomaba también referentes formales directos de la cultura popular.
Esta confusión que generó su obra es interesante, pues demuestra que estas piezas lograron hacer difusa la división de unas supuestas artes menores con unas artes mayores, adjetivos que no son lo suficientemente amplios para describir el trabajo de Tejada. Podríamos pensar que el trabajo del artista, al englobar y dar la misma importancia a estos hipotéticos opuestos, los excede. Sus creaciones pretenden llegar a tener una relación íntima con sus dueños, huyen del artefacto prefabricado y en muchas ocasiones son incluso diseñadas para un propietario en específico, con un retrato de éste o una imagen alusiva a la interpretación que el artista tenía de dicha persona. La pieza entonces llegaba a ser algo más que un trabajo de arte, se convertía en un signo muy personal de cariño o respeto profesado al destinatario.
Travesía y fantasía
La obra de Hernando Tejada pareciera dividirse en dos grandes ámbitos mentales. Por un lado, su constante ensoñación de mundos posibles, que se expresa en la visión idealizada de la mujer y su interés por los viajes celestes acuden a la fantasía para abrir nuevos horizontes a la narración de la vida diaria. Por otro lado, un afán viajero y curioso lo empuja a hacer un reconocimiento de asentamientos marítimos y selváticos en la isla de San Andrés, Tumaco, Cartagena y a lo largo de casi toda la costa colombiana. Dos impulsos que se perciben en toda su obra, travesía y fantasía, encaminan a Tejada en dos distintas sendas, una que mira hacia adentro, a sus propios sueños, y otra que se esfuerza en reconocer lo exótico y extraño, buscar lo foráneo, sensibilizarse a lo que está afuera.
Para hablar del Tejada que construye mundos posibles, es necesario volver a hablar de su interés en crear artefactos de uso cotidiano. Dicho trabajo que pretendía penetrar artísticamente el día a día de su propietario llegó al culmen en su proyecto más ambicioso: su propia casa. Tejada dirigió la construcción de esta edificación de 3 pisos y terraza desde su propio diseño y respecto a su propia estatura; su hogar estaba literalmente confeccionado a su medida. Además de esto, el artista intervino todas las habitaciones con sus creaciones, sus muebles, vitrales en diferentes ventanas y un mural del Kama Sutra, el cual se despliega por todas las paredes del baño principal y crea la ilusión a quien entra de encontrarse en medio de un jardín edénico poblado de escenas eróticas, frondosa vegetación y alegre carnalidad que recuerdan a su dibujo El sueño (1970). En la terraza y último piso Tejada cuidaba de otro jardín, esta vez uno real, de diseño enmarañado y sinuoso que se encontraba a media marcha entre el primitivismo inspirado por la selva tropical y el trazado laberíntico de la jardinería francesa.
Su casa es una experiencia inmersiva, cuidadosamente orquestada con elementos de la más variada índole y en la que el artista dedicó un gran y singular esfuerzo. Teniendo en cuenta esta entrega inusual al detalle, al gusto por el juego, y a convertir cada aspecto imaginable de una experiencia común en novedosa e inolvidable, podemos hablar de Hernando Tejada como un sibarita, una persona que se preocupa por enaltecer y disfrutar de cada sensación, cada experiencia, y vive comprometida a sacarle todo el jugo posible a la vida. Un poco como los gatos, animales que terminaron siendo un símbolo constante en sus trabajos y que, al igual que Tejada, son graciosos, curiosos y mimados. Los gatos de Tejada son una suerte de autorretrato, y concuerdo con Antonio Montaña cuando señala que fueron una posible estrategia para incluirse dentro de su obra y juguetear en el mundo que él mismo había construido (Montaña, 2003).
Ese ímpetu vivaz es notorio en el tratamiento que le dio a su tema más copioso: la representación de la belleza de la mujer. Si bien realizó románticos y delicados retratos de sus amigas y conocidas a lo largo de su vida, son las representaciones de esculturales mujeres, cómodas en su desnudez y de mirada y postura fuertes las que se convirtieron en su ícono distintivo. Estas jóvenes, revestidas de una sensualidad libre y de gran disfrute, son herederas de cambios sociales profundos de la época gestados gracias a la revolución sexual que iniciara en los años 50’s y que clamaba por la reivindicación del cuerpo, por un reconocimiento de la carnalidad como parte integral de la condición humana y la redefinición de los roles de género. Su aproximación atrevida al cuerpo femenino se siente cercana a personajes heróicos de la cultura gráfica y cinematográfica de la época como Modesty Blaise de Peter O’Donnell o Barbarella de Jean-Claude Forest. Sin embargo hay una diferencia importante, pues en muchos casos las creaciones de Tejada, como las mujeres–objeto, no gozan de su sexualidad independientemente sino que están diseñadas para ser manipuladas, esperan serviciales funcionar como objetos para el roce. Su imagen de mujer voluptuosa es una celebración al erotismo femenino pero desde una visión masculina, pues siempre parte desde la búsqueda del placer del creador.
Así como el cuerpo femenino estaba siendo redescubierto en los 60’s, otra búsqueda, la carrera espacial, alimentó también la imaginación de Tejada. Cohetes surcando cielos estrellados y extrañas máquinas de origen aparentemente extraterrestre aparecen en sus pinturas y dibujos. La relación entre la tecnología y la representación de mundos alternativos cercanos al sueño fue una constante en sus proyectos. Elaboró mecanismos sin sentido y obras interactivas con piezas motoras que parecían responder a complicadas tareas, aunque en realidad no cumplían ninguna función más allá que la de maravillar como objetos de contemplación. Esculturas como El organillero (1976) introducen piezas giratorias y sonido para hacerlas móviles y musicales, integrando diferentes experiencias sensoriales en una misma obra de arte para que llegue a ser una experiencia visual, sonora y corporal. Este interés por aparatos inéditos que elevan la imaginación de sus espectadores se encuentra representado previamente en pinturas como Carreta espacial (1962) y Viaje en el tiempo (1964), las cuales muestran una especie de nave insólita y a sus posibles pasajeros absortos con su extrañeza.
El artista, quien ve a la fantasía como una posibilidad de repensar y mejorar la realidad, se maravilla con una época en la que los sueños parecen volverse tangibles, en la que la humanidad puede poner los pies en la luna y nuevas ideas sobre el cuerpo y el pudor redefinen el rol del sexo en la sociedad.
A Tejada también se le presentó la oportunidad de llevar a cabo proyectos cinematográficos: Aficionado al cine, con la ayuda de su círculo de amistades dirigió varias películas caseras entre las décadas del 60 y el 80 adoptando el rol de productor, director, guionista y muchas veces incluso de protagonista en cortometrajes sin sonido. Sus Teja films eran rodados en su propia casa, parques públicos de la ciudad o en los alrededores de Cali. En muchas ocasiones estas obras tenían un abordaje humorístico y desenfadado que parodiaba temáticas del cine de Hollywood, como por ejemplo las piezas Brujerías en Dapa (1980) y Draculitas (1978 – 1979), aunque también realizó proyectos más cercanos a la fantasía y el surrealismo como en Visiones (1967).
Para conocer el Tejada viajero, es necesario examinar cuidadosamente su trabajo en dibujo, sobre todo su archivo personal conservado por el Museo de Arte Moderno de Medellín de ejercicios sueltos y libretas de viaje. Este archivo, que consta de más de 3000 folios y aproximadamente 65 libretas, da cuenta de trabajo constante de ejercicios a lápiz y tinta que el artista practicaba diariamente como reconocimiento de su entorno. El archivo no comprende solo apuntes de los viajes a las costas colombianas o de los años que vivió en Europa, también conserva un sinnúmero de retratos de conocidos y amigos, bocetos para obras escultóricas y diseño de escenografías y vestuario para teatro, prototipos de años viejos, mobiliario, vitrales, marionetas, ensayos para ilustraciones de libros para Javier Tafur y Gonzalo Arango, entre otros. Esta diversidad de oficios y proyectos también hablan de una mente nómada, que no solo se desplaza corporalmente a lugares recónditos sino también tiene una gran inquietud por explorar cuanta técnica y conocimiento sea posible obtener.
Merecen especial énfasis las libretas y dibujos que guardan los apuntes de sus visitas al mar. Su minuciosa entrega al dibujo de la flora costera, frondosa y abundante, se complementa con múltiples estudios de los animales de la región como tiburones, conchas de caracoles, sapos y pájaros. Ya sea desde sus intrincados paisajes en Bocagrande y Bahía Málaga, o sus trazos puntuales delineando la sinuosidad de las montañas en Dapa, en estos dibujos es notorio el gran interés por el detalle y la correcta comprensión de sombras, texturas y proporciones. El artista en este caso particular no buscaba crear una nueva realidad sino atesorar la que habitaba en aquél momento. Ahora bien, si en sus piezas de máquinas extrañas y lugares fantásticos la representación de sitios y personajes es esquemática y licenciosa, aquí el esfuerzo se centra en dignificar la majestuosidad de la naturaleza como una experiencia conmovedora. Junto a estos, dibujos de la vida en las comunidades: escuelas, funerales, caseríos, escenas de pesca y fiesta. Decenas de retratos de los lugareños, con una expresión neutra en sus caras y siempre con una postura relajada acompañan el viaje.
Muchos años después, tomando como inspiración de nuevo sus travesías en las costas, Tejada empieza a trabajar en un grupo de esculturas en madera que interpretan la forma del manglar, sus complejos amasijos de raíces y la fauna que los puebla. Este conjunto de piezas, realizado entre 1995 y 1998, son tallas en madera particulares por su naturaleza como objeto tridimensional construido a partir de líneas y los juegos de espacio negativo que se exploran en el amasijo de sus raíces. Estos elementos convierten a las esculturas en una suerte de dibujos espaciales, obras en las que el pensamiento que usualmente ocupa el plano bidimensional está expresado aquí desde un problema volumétrico.
Es posible decir que la labor que se impuso el artista de intentar construir árboles a mano es profundamente poética. El hecho de tallar la silueta de una planta en madera haciendo aparecer la forma de un manglar desde el interior del cadáver de otro árbol, hasta construir una serie de ellos como si se intentara recrear un bosque entero en pequeño formato, puede ser visto como una metáfora de los ciclos vitales: esa imagen de frondosidad eternamente suspendida en florecimiento y verdor está tallada con el tronco de otro árbol ya caído. Estos monumentos a la vida son también conscientes de la fragilidad y la finitud de la misma, y tal vez para preservar su recuerdo quieren rendirle un homenaje.
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La obra de Hernando Tejada es vanguardista dentro de la historia del arte colombiano porque propone a la unión entre arte y vida de una manera única a través de dispositivos y estrategias novedosas para las artes plásticas de nuestro país. Interesado en ir más allá del objeto como dispositivo artístico y enfocándose en la experiencia del público, su trabajo encuentra muchos paralelos en el pop art y el arte de acción que se estaban gestando por esa misma época en Inglaterra y Norteamérica, como lo son su estudio de la estética popular y su interés por objetos corrientes como índices culturales de la manera de vivir de una sociedad.
Claramente afincado en trabajar con el barroquismo y la desmesura de la decoración propia de las tierras tropicales, su obra ponía un pie fuera del arte académico y rendía tributo a la artesanía popular acercándose así a la obra de artistas como Henri Rousseau y Noé León, considerados artistas Naïf por no haber tenido formación académica. Su obra entraba en un doble juego en el que una erudición y gran conocimiento del arte conformaban objetos de apariencia ingenua o no artística, pero era dicha naturaleza ambigua la que conformaba precisamente su interés como propuesta conceptual. Sus obras, aunque pertinentes a la discusión artística rigente, tenían una apariencia a primera vista contraria a la contemporaneidad de su planteamiento.
Desde su misma personalidad míticamente histriónica, ya el artista hacía difuso el límite entre las dualidades arte – vida y erudición – ingenuidad, demostrando que dichas fronteras pueden ser inexistentes. Resulta particularmente importante resaltar la manera en que su gusto por el detalle, la exquisitez de la factura, el afán por enaltecer el humor como una manera inteligente de obrar y la entrega diaria a hacer del mundo un lugar más interesante son propias de su trabajo. Como pocos, Tejada plantó su postura desde un regocijo muy personal, donde sus aficiones más particulares y sus impulsos de búsqueda lo llevaron a colaborar en la creación un lugar que lo pudiera maravillar.
Curador: William Contreras Alfonso
Críticos como Antonio Montaña y Marta Traba aseguraban ver en su trabajo un mundo más alegre e inocente que el que entendemos como cierto, y aunque es verdad que hay mucho de una personalidad infantil y traviesa en los escenarios representados en sus piezas, no. Su obra se configura en relación directa con la realidad, su creatividad lograba que esas alocadas invenciones interactuaran con su vida cotidiana y hablaran, desde su aparente “chifladura”, del mundo en el que el artista estaba inmerso. Así, su arte lograba penetrar y a reformar su entorno. Su obra no solamente es chiste y ensoñación, mucho más que eso, representa una empresa tenaz de unir arte y vida llevada a unos alcances inéditos en el panorama artístico colombiano.
Tejadita
Su ambición de habitar la realidad de una manera artística no se limitó a la elaboración de objetos como dibujos y esculturas; su personalidad histriónica lo hizo famoso dentro de la comunidad caleña y la de artistas colombianos. Sus elaboradas bromas, fruto de su particular sentido del humor, bombardeaban con irreverencia el día a día de sus allegados y parecían merecer la misma entrega y esfuerzo por parte del artista que su misma obra: bebiéndose el agua de los floreros y andando a gatas debajo de los tapetes en las numerosas fiestas que organizaba, luciendo por la calle alguna de sus pelucas multicolores un día cualquiera, o llamando telefónicamente a las siete de la mañana a sus amigos para desearles un feliz cumpleaños con corneta y matraca en mano.
Es necesario recalcar que lo juguetón de su personalidad no es un aspecto menor o apenas anecdótico a la hora de hablar de su trabajo. Por el contrario, demuestra que su hacer manual era llamativo y gracioso como extensión de una actitud humorística que poblaba su vida por completo: una entrega a la ocurrencia y al juego que buscaban hacer de lo cotidiano un marco de su especial agudeza.
Sobre la identidad festiva de su obra, es también notorio que su apodo “Tejadita”, como era conocido afectuosamente por su famosa y corta estatura, reflejara su actitud cálida y risueña. Cuando aún hoy un solemne título de “maestro” o “maestra” es comúnmente usado para referirse a los artistas que gozan de cierto respeto o relevancia para la historia del arte local, el diminutivo de Tejada no es un apelativo que riña con su reconocimiento como uno de los protagonistas de la historia artística Colombiana. Al contrario, el seudónimo tiene relación directa con la particular gracia y atrevimiento con los que enfrentaba la vida, trae a la mente su chispa y particular soltura que hacen tan característica su obra. El diminutivo en este caso es sinónimo de grandeza.
No solo se trata de reconocer una suerte de jovialidad en su obra y en su vida, hay que entender cómo éste ímpetu humorístico significaba una postura revolucionaria frente a las tendencias plásticas más celebradas de su época. En Colombia, a finales de los años 60, la escena artística parecía dividirse entre la abstracción geométrica sobria y de corte más bien racional (Carlos Rojas, Édgar Negret, Fanny Sanín, Omar Rayo) y la pintura y el dibujo cercanos a la denuncia de la inequidad social (Clemencia Lucena, Alfonso Quijano, Luis Ángel Rengifo). Mientras la abstracción geométrica evocaba un conocimiento de las más recientes tendencias artísticas del primer mundo, el arte de denuncia social demostraba una preocupación por los hechos políticos del momento y creía en la posibilidad de la transformación de la sociedad a través de la estética.
En este contexto la obra de Tejada sobresalía por su estilo fuera de lo común, manifiesto en las alusiones al recargado barroquismo de la decoración popular[i], el humor pícaro, y en su decisión de trabajar una técnica como la talla en madera, la cual podría ser entendida como de uso primordialmente artesanal. Sin embargo, aunque sus creaciones se encontraban impregnadas de un estilo sui generis respecto al trabajo de muchos de sus contemporáneos, sus intereses guardaban paralelismos importantes con las inquietudes de otros autores.
Tal vez Tejada se dio cuenta de las posibilidades artísticas en objetos utilitarios o manipulables mientras tallaba los títeres para el teatro Cocoliche en 1964. El títere, aquel objeto que cobra vida gracias al movimiento de la mano, no se encuentra muy lejos de sus enormes y voluptuosas mujeres-mueble. Obras que guardan una semblanza con los autómatas que los más hábiles relojeros construían en el siglo XVIII para el deleite de las cortes europeas y asiáticas. Con estas esculturas, Tejada rompe la barrera del arte únicamente contemplativo y exige que el cuerpo del espectador interactúe con el cuerpo de la obra para que ésta sea completa: propone que uno se siente al lado de Estefanía a girar el disco de su seno con el dedo y le hable muy cerca a la boca, espera que nos sentemos en el regazo de Sacramento, que apoyemos libros o partituras en los generosos pechos de Abigail. Estas esculturas van más allá del objeto estático de madera que las compone, pues incluyen la interacción con el espectador como parte primordial de su naturaleza.
Por otra parte, así como las mujeres-mueble hacen que el espectador se integre a la obra de arte, Tejada también invierte la ecuación y hace que la obra se integre a la vida de las personas. Sus numerosas tallas de objetos como espejos, camas, armarios, puertas y hasta instrumentos de dentistería son un reto para las clasificaciones artísticas convencionales. Para la opinión de algunos, estos objetos pusieron en entredicho el estatus artístico del resto de su trabajo y lo equipararon con un artesano. Y es verdad que era imposible trazar una clara línea divisoria entre el arte y la artesanía en su trabajo, pues su obra escultórica y de dibujo tomaba también referentes formales directos de la cultura popular.
Esta confusión que generó su obra es interesante, pues demuestra que estas piezas lograron hacer difusa la división de unas supuestas artes menores con unas artes mayores, adjetivos que no son lo suficientemente amplios para describir el trabajo de Tejada. Podríamos pensar que el trabajo del artista, al englobar y dar la misma importancia a estos hipotéticos opuestos, los excede. Sus creaciones pretenden llegar a tener una relación íntima con sus dueños, huyen del artefacto prefabricado y en muchas ocasiones son incluso diseñadas para un propietario en específico, con un retrato de éste o una imagen alusiva a la interpretación que el artista tenía de dicha persona. La pieza entonces llegaba a ser algo más que un trabajo de arte, se convertía en un signo muy personal de cariño o respeto profesado al destinatario.
Travesía y fantasía
La obra de Hernando Tejada pareciera dividirse en dos grandes ámbitos mentales. Por un lado, su constante ensoñación de mundos posibles, que se expresa en la visión idealizada de la mujer y su interés por los viajes celestes acuden a la fantasía para abrir nuevos horizontes a la narración de la vida diaria. Por otro lado, un afán viajero y curioso lo empuja a hacer un reconocimiento de asentamientos marítimos y selváticos en la isla de San Andrés, Tumaco, Cartagena y a lo largo de casi toda la costa colombiana. Dos impulsos que se perciben en toda su obra, travesía y fantasía, encaminan a Tejada en dos distintas sendas, una que mira hacia adentro, a sus propios sueños, y otra que se esfuerza en reconocer lo exótico y extraño, buscar lo foráneo, sensibilizarse a lo que está afuera.
Para hablar del Tejada que construye mundos posibles, es necesario volver a hablar de su interés en crear artefactos de uso cotidiano. Dicho trabajo que pretendía penetrar artísticamente el día a día de su propietario llegó al culmen en su proyecto más ambicioso: su propia casa. Tejada dirigió la construcción de esta edificación de 3 pisos y terraza desde su propio diseño y respecto a su propia estatura; su hogar estaba literalmente confeccionado a su medida. Además de esto, el artista intervino todas las habitaciones con sus creaciones, sus muebles, vitrales en diferentes ventanas y un mural del Kama Sutra, el cual se despliega por todas las paredes del baño principal y crea la ilusión a quien entra de encontrarse en medio de un jardín edénico poblado de escenas eróticas, frondosa vegetación y alegre carnalidad que recuerdan a su dibujo El sueño (1970). En la terraza y último piso Tejada cuidaba de otro jardín, esta vez uno real, de diseño enmarañado y sinuoso que se encontraba a media marcha entre el primitivismo inspirado por la selva tropical y el trazado laberíntico de la jardinería francesa.
Su casa es una experiencia inmersiva, cuidadosamente orquestada con elementos de la más variada índole y en la que el artista dedicó un gran y singular esfuerzo. Teniendo en cuenta esta entrega inusual al detalle, al gusto por el juego, y a convertir cada aspecto imaginable de una experiencia común en novedosa e inolvidable, podemos hablar de Hernando Tejada como un sibarita, una persona que se preocupa por enaltecer y disfrutar de cada sensación, cada experiencia, y vive comprometida a sacarle todo el jugo posible a la vida. Un poco como los gatos, animales que terminaron siendo un símbolo constante en sus trabajos y que, al igual que Tejada, son graciosos, curiosos y mimados. Los gatos de Tejada son una suerte de autorretrato, y concuerdo con Antonio Montaña cuando señala que fueron una posible estrategia para incluirse dentro de su obra y juguetear en el mundo que él mismo había construido (Montaña, 2003).
Ese ímpetu vivaz es notorio en el tratamiento que le dio a su tema más copioso: la representación de la belleza de la mujer. Si bien realizó románticos y delicados retratos de sus amigas y conocidas a lo largo de su vida, son las representaciones de esculturales mujeres, cómodas en su desnudez y de mirada y postura fuertes las que se convirtieron en su ícono distintivo. Estas jóvenes, revestidas de una sensualidad libre y de gran disfrute, son herederas de cambios sociales profundos de la época gestados gracias a la revolución sexual que iniciara en los años 50’s y que clamaba por la reivindicación del cuerpo, por un reconocimiento de la carnalidad como parte integral de la condición humana y la redefinición de los roles de género. Su aproximación atrevida al cuerpo femenino se siente cercana a personajes heróicos de la cultura gráfica y cinematográfica de la época como Modesty Blaise de Peter O’Donnell o Barbarella de Jean-Claude Forest. Sin embargo hay una diferencia importante, pues en muchos casos las creaciones de Tejada, como las mujeres–objeto, no gozan de su sexualidad independientemente sino que están diseñadas para ser manipuladas, esperan serviciales funcionar como objetos para el roce. Su imagen de mujer voluptuosa es una celebración al erotismo femenino pero desde una visión masculina, pues siempre parte desde la búsqueda del placer del creador.
Así como el cuerpo femenino estaba siendo redescubierto en los 60’s, otra búsqueda, la carrera espacial, alimentó también la imaginación de Tejada. Cohetes surcando cielos estrellados y extrañas máquinas de origen aparentemente extraterrestre aparecen en sus pinturas y dibujos. La relación entre la tecnología y la representación de mundos alternativos cercanos al sueño fue una constante en sus proyectos. Elaboró mecanismos sin sentido y obras interactivas con piezas motoras que parecían responder a complicadas tareas, aunque en realidad no cumplían ninguna función más allá que la de maravillar como objetos de contemplación. Esculturas como El organillero (1976) introducen piezas giratorias y sonido para hacerlas móviles y musicales, integrando diferentes experiencias sensoriales en una misma obra de arte para que llegue a ser una experiencia visual, sonora y corporal. Este interés por aparatos inéditos que elevan la imaginación de sus espectadores se encuentra representado previamente en pinturas como Carreta espacial (1962) y Viaje en el tiempo (1964), las cuales muestran una especie de nave insólita y a sus posibles pasajeros absortos con su extrañeza.
El artista, quien ve a la fantasía como una posibilidad de repensar y mejorar la realidad, se maravilla con una época en la que los sueños parecen volverse tangibles, en la que la humanidad puede poner los pies en la luna y nuevas ideas sobre el cuerpo y el pudor redefinen el rol del sexo en la sociedad.
A Tejada también se le presentó la oportunidad de llevar a cabo proyectos cinematográficos: Aficionado al cine, con la ayuda de su círculo de amistades dirigió varias películas caseras entre las décadas del 60 y el 80 adoptando el rol de productor, director, guionista y muchas veces incluso de protagonista en cortometrajes sin sonido. Sus Teja films eran rodados en su propia casa, parques públicos de la ciudad o en los alrededores de Cali. En muchas ocasiones estas obras tenían un abordaje humorístico y desenfadado que parodiaba temáticas del cine de Hollywood, como por ejemplo las piezas Brujerías en Dapa (1980) y Draculitas (1978 – 1979), aunque también realizó proyectos más cercanos a la fantasía y el surrealismo como en Visiones (1967).
Para conocer el Tejada viajero, es necesario examinar cuidadosamente su trabajo en dibujo, sobre todo su archivo personal conservado por el Museo de Arte Moderno de Medellín de ejercicios sueltos y libretas de viaje. Este archivo, que consta de más de 3000 folios y aproximadamente 65 libretas, da cuenta de trabajo constante de ejercicios a lápiz y tinta que el artista practicaba diariamente como reconocimiento de su entorno. El archivo no comprende solo apuntes de los viajes a las costas colombianas o de los años que vivió en Europa, también conserva un sinnúmero de retratos de conocidos y amigos, bocetos para obras escultóricas y diseño de escenografías y vestuario para teatro, prototipos de años viejos, mobiliario, vitrales, marionetas, ensayos para ilustraciones de libros para Javier Tafur y Gonzalo Arango, entre otros. Esta diversidad de oficios y proyectos también hablan de una mente nómada, que no solo se desplaza corporalmente a lugares recónditos sino también tiene una gran inquietud por explorar cuanta técnica y conocimiento sea posible obtener.
Merecen especial énfasis las libretas y dibujos que guardan los apuntes de sus visitas al mar. Su minuciosa entrega al dibujo de la flora costera, frondosa y abundante, se complementa con múltiples estudios de los animales de la región como tiburones, conchas de caracoles, sapos y pájaros. Ya sea desde sus intrincados paisajes en Bocagrande y Bahía Málaga, o sus trazos puntuales delineando la sinuosidad de las montañas en Dapa, en estos dibujos es notorio el gran interés por el detalle y la correcta comprensión de sombras, texturas y proporciones. El artista en este caso particular no buscaba crear una nueva realidad sino atesorar la que habitaba en aquél momento. Ahora bien, si en sus piezas de máquinas extrañas y lugares fantásticos la representación de sitios y personajes es esquemática y licenciosa, aquí el esfuerzo se centra en dignificar la majestuosidad de la naturaleza como una experiencia conmovedora. Junto a estos, dibujos de la vida en las comunidades: escuelas, funerales, caseríos, escenas de pesca y fiesta. Decenas de retratos de los lugareños, con una expresión neutra en sus caras y siempre con una postura relajada acompañan el viaje.
Muchos años después, tomando como inspiración de nuevo sus travesías en las costas, Tejada empieza a trabajar en un grupo de esculturas en madera que interpretan la forma del manglar, sus complejos amasijos de raíces y la fauna que los puebla. Este conjunto de piezas, realizado entre 1995 y 1998, son tallas en madera particulares por su naturaleza como objeto tridimensional construido a partir de líneas y los juegos de espacio negativo que se exploran en el amasijo de sus raíces. Estos elementos convierten a las esculturas en una suerte de dibujos espaciales, obras en las que el pensamiento que usualmente ocupa el plano bidimensional está expresado aquí desde un problema volumétrico.
Es posible decir que la labor que se impuso el artista de intentar construir árboles a mano es profundamente poética. El hecho de tallar la silueta de una planta en madera haciendo aparecer la forma de un manglar desde el interior del cadáver de otro árbol, hasta construir una serie de ellos como si se intentara recrear un bosque entero en pequeño formato, puede ser visto como una metáfora de los ciclos vitales: esa imagen de frondosidad eternamente suspendida en florecimiento y verdor está tallada con el tronco de otro árbol ya caído. Estos monumentos a la vida son también conscientes de la fragilidad y la finitud de la misma, y tal vez para preservar su recuerdo quieren rendirle un homenaje.
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La obra de Hernando Tejada es vanguardista dentro de la historia del arte colombiano porque propone a la unión entre arte y vida de una manera única a través de dispositivos y estrategias novedosas para las artes plásticas de nuestro país. Interesado en ir más allá del objeto como dispositivo artístico y enfocándose en la experiencia del público, su trabajo encuentra muchos paralelos en el pop art y el arte de acción que se estaban gestando por esa misma época en Inglaterra y Norteamérica, como lo son su estudio de la estética popular y su interés por objetos corrientes como índices culturales de la manera de vivir de una sociedad.
Claramente afincado en trabajar con el barroquismo y la desmesura de la decoración propia de las tierras tropicales, su obra ponía un pie fuera del arte académico y rendía tributo a la artesanía popular acercándose así a la obra de artistas como Henri Rousseau y Noé León, considerados artistas Naïf por no haber tenido formación académica. Su obra entraba en un doble juego en el que una erudición y gran conocimiento del arte conformaban objetos de apariencia ingenua o no artística, pero era dicha naturaleza ambigua la que conformaba precisamente su interés como propuesta conceptual. Sus obras, aunque pertinentes a la discusión artística rigente, tenían una apariencia a primera vista contraria a la contemporaneidad de su planteamiento.
Desde su misma personalidad míticamente histriónica, ya el artista hacía difuso el límite entre las dualidades arte – vida y erudición – ingenuidad, demostrando que dichas fronteras pueden ser inexistentes. Resulta particularmente importante resaltar la manera en que su gusto por el detalle, la exquisitez de la factura, el afán por enaltecer el humor como una manera inteligente de obrar y la entrega diaria a hacer del mundo un lugar más interesante son propias de su trabajo. Como pocos, Tejada plantó su postura desde un regocijo muy personal, donde sus aficiones más particulares y sus impulsos de búsqueda lo llevaron a colaborar en la creación un lugar que lo pudiera maravillar.
Curador: William Contreras Alfonso
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